El culto a la Virgen de los Dolores no está históricamente demostrado con anterioridad al siglo X. En este siglo, sin embargo, es constatable ya un culto público a María, Reina de los Mártires, título íntimamente unido al núcleo espiritual de la compasión dolorosa de la Virgen.
Durante el siglo XII y, fundamentalmente durante el siglo XIII, se aprecia un gran incremento de la devoción a la Dolorosa, pero, no se determina aún el número de los dolores y la meditación se centra en el dolor que sufrió María en la presentación del Niño al templo y en los que padeció al pie de la Cruz. El 15 de agosto de 1233, con la fundación de la orden de los Servitas, se abre un nuevo capítulo en la historia de la devoción a la Virgen de los Dolores. Los Siete Siervos de María fueron verdaderos impulsores de esta devoción que, posteriormente, su orden se preocupó de extender entre el pueblo fiel. Hacia el año 1320, los dolores de María se limitan a siete.
Poco a poco, la Iglesia va reconociendo oficialmente la advocación de la Virgen de los Dolores y la introduce en la liturgia, dedicándole dos fiestas. La más antigua es la del “Viernes de Pasión” (viernes de la quinta semana de cuaresma, llamada, de pasión y que, popularmente se conoce como Viernes de Dolores), era concedida al principio como un privilegio especial a los Servitas. Con el tiempo, la familia franciscana en general y, particularmente los capuchinos, se convierten en fervientes propagadores de esta devoción a la “Virgen de los Dolores”. En lo que respecta al contexto histórico-espiritual más cercano a nuestras raíces fundacionales conviene resaltar que en el siglo XIX, la devoción a la Virgen de los Dolores estaba profundamente arraigada en los pueblos valencianos, gracias a los franciscanos. En sus predicaciones cuaresmales, “dejaban establecido el septenario doloroso”, y que, por el mismo tiempo, la devoción a la Virgen de los Dolores experimentó un auge importante entre los Terciarios Franciscanos Seglares de España en Italia.
En la vida de nuestro Padre fundador, como él mismo resalta en el escrito autobiográfico y como testimonian distintas personas que conocieron la presencia de María, particularmente bajo la advocación de Virgen de los Dolores aparece como una constante. Esta constante, vital y amorosa presencia de la Virgen, nuestro Padre la trasluce en su pensamiento y la transfunde en su obra funcional.
Cuando los Terciarios Capuchinos llegaron a su primera morada en la Cartuja de Ara Coeli en El Puig encontraron, abandonada entre sus frías y destartaladas estancias y pendiente de una de sus paredes, esa litografía en la que aparece la Virgen con el corazón de espinas y los clavos de la pasión de su Hijo.
Emocionados por este hecho y leyendo en aquel fortuito, pero cálido encuentro, la voluntad de Jesús que les repetía las palabras pronunciadas desde la Cruz: “Ahí tienes a tu madre” aquellos primeros Terciarios Capuchinos acogieron esa imagen como la propia y oficial de la Congregación y, al abandonar meses más tarde la Cartuja, lo único que de ella se llevaron fue, precisamente, aquel cuadro que después de encabezar su festiva entrada en Torrente y la toma de posesión del viejo convento alcantarino de Monte Sión, presidió también, como verdadera madre, la comunidad que un año más tarde se haría cargo de la Escuela de Reforma de Santa Rita, en Madrid, el primer centro en que los seguidores del Padre Luis Amigó ejercieron su apostolado específico a favor de los niños y jóvenes con problemas de conducta. En 1905 se hizo mundialmente famosa esta litografía, por protagonizar un hecho en el Colegio de los Jesuitas en Quito, Ecuador, donde poseían una litografía gemela a la que tenían como “propia y oficial” los religiosos Amigonianos.