Nuestra Madre Dolorosa
Luis Amigó legó a la Virgen María como Madre de los Amigonianos bajo la advocación de La Virgen de los Dolores. La Virgen María fue la primera colaboradora de la obra de Jesús, que vino a «buscar lo que estaba perdido». Es el mejor modelo del amor maternal y debe animar a quienes, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan en la regeneración de los hombres.
Junto a nuestra Madre, la Virgen de los Dolores, aprendemos el amor sacrificado y encarnado. Su presencia en nuestra vida es fuente de generosidad y de la misericordia, de la fortaleza y de la ternura que siempre requiere nuestra misión. El amor maternal de María, de pie junto a la cruz, inspira y estimula nuestra dedicación como fieles ejecutores a favor de los jóvenes de la herencia y voluntad de Jesús.
San Francisco de Asís
El P. Luis Amigó recordaba con frecuencia a sus dos fundaciones su pertenencia a la gran familia franciscana. Él, unido estrechamente al testimonio de San Francisco de Asís, quiso que sus nuevas fundaciones, que centraban «lo franciscano» en la infancia y juventud desviada del camino de la verdad y del bien, tuvieran en la raíz de su espiritualidad el seguimiento de Cristo al estilo de Francisco.
Los amigonianos pertenecemos a la Tercera Orden Regular. San Francisco preparó la Primera Orden: los Franciscanos (OFM), los Conventuales (OFM.Conv) y los Capuchinos (OFM.Cap). Después, la Segunda Orden, con el apoyo de Santa Clara de Asís: las Clarisas y Capuchinas (de vida contemplativa). Por último, fundó la Tercera Orden Seglar, para los seguidores laicos de San Francisco.
Con el tiempo, nació de la tercera regla la Tercera Orden Regular. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, surgieron más familias franciscanas que la Santa Sede incorporó a la Tercera Regla para los Consagrados. Los Amigonianos y Amigonianas, con su aprobación pontificia en 1902, fueron incorporados a esta tercera regla de vida. De ahí el nombre oficial de las Congregaciones Amigonianas: Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores (T.C.) y Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia (H.T.C.)
Breve biografía de San Francisco de Asís
Nacido en 1182 en Asís, era hijo de Pedro Bernardone y de Mona Pica. Hasta los 24 años llevó una vida muy disipada, pero un día cayó enfermo y decidió cambiar, aunque pronto lo olvidó. Por designios eternos, a San Francisco le cupo la dicha de iniciar la reforma de la Iglesia. Entró un día en la Iglesia de San Damián y oyó la voz de Cristo, a través de un crucifijo, diciéndole: «Francisco, repara mi Iglesia, que, como ves, amenaza ruina». El creía que se trataba de aquella Iglesia material y casi derruida y él se dispuso de inmediato a la tarea. Pero no era esa tarea la que Dios le encomendaba, sino otra mejor pero más difícil y de gran trascendencia: reparar la Iglesia Espiritual de Cristo que, en aquel tiempo, amenazaba ruina. ¿Cómo lo hizo? Con humildad y oración. A partir de aquel entonces Francisco ya no sería el mismo.
Su padre, al ver su cambio, lo recoge y lo encierra en casa. Francisco tira por la ventana los paños de su padre, que lo arrastra ante el Obispo para castigarle. Y Francisco dice: «En adelante sólo diré, ‘Padre Nuestro que estás en los Cielos’, no ‘padre Bernardone’, pues le devuelvo dinero y vestidos». Y se marchó.
Su vocación surgió en la fiesta de San Matías. Al oír en el Evangelio que los servidores de Cristo no debían poseer oro ni plata, ni alforja, ni calzado ni dos túnicas, exclamó: «Esto es lo que yo buscaba y lo que quiero cumplir». Y se decidió a seguir en todo y al pie de la letra el Evangelio y los pasos de Nuestro Señor. Le siguieron discípulos y una noble doncella, Clara.
Este fue el mensaje de Francisco: reproducir en todo la vida de Jesús, vivir su pobreza, imitar sus pasos y doctrinas. «El mismo Dios me reveló, -dice su Testamento- que debía vivir según la norma del santo Evangelio». Según las «Florecillas», Cristo quiso renovar su Vida y Pasión en Francisco. El eligió doce compañeros como Jesús y, al morir, mandó traer unos panes, los bendijo y los repartió.
En Greccio comenzó la devoción del «Pesebre». En 1224, un ángel seráfico le imprimió con indescriptible hermosura las cinco llagas de las manos, los pies y el costado de Cristo, viviendo en sus últimos años una vida realmente crucificada. Tuvo un gran amor a la Virgen, amor que extendió a todos los hombres. Mimaba a los enfermos y besaba a los leprosos. Ampliaba también el amor a los animales y les hablaba con cariño. Vivía y recomendaba la oración prolongada, la obediencia, la hospitalidad, la alegría -¡la perfecta alegría!- y la humildad, hasta el punto de no querer pasar de diácono. Era enemigo de discutir y le rogaba a Dios: «¡Señor, hazme instrumento de tu paz!» Amaba sobre todo la santísima pobreza, la Dama Pobreza, tanto que pidió al Papa en Roma les concediera ese género de vida.
Casi ciego ya por la mucha penitencia y el continuo llorar, vio que le llegaba la muerte. «Sea bienvenida mi hermana la muerte», exclamó. Murió en la Porciúncula, el 4 de octubre de 1226, a los 44 años de edad. Fue canonizado dos años después en Asís por el Papa Gregorio IX. Dos años más tarde fueron trasladados sus restos a su Basílica, tan hermosamente decorada por los frescos de Giotto.
Mártires Amigonianos
El 11 de marzo del año 2001, el Papa Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la persecución religiosa en España (1936-39). Entre ellos había 22 miembros de la Familia Amigoniana: 19 Terciarios Capuchinos y 3 Terciarias Capuchinas. A este numeroso grupo hay que añadir a una seglar, Carmen García Morón, cuya vida y apostolado fue el de una auténtica colaboradora de la Familia Amigoniana. Los amigonianos conmemoramos la fiesta de nuestros mártires cada 18 de septiembre.
A mediados de 1936, obligados por las autoridades, los religiosos y religiosas tuvieron que abandonar sus casas y muchas de las instituciones que regían en favor del menor desadaptado. Al mismo tiempo fueron perseguidos, apresados y asesinados.