Este primer dolor marca el inicio de un camino lleno de sufrimiento, pero también de amor y entrega. María acepta con humildad la voluntad de Dios, consciente de que su Hijo tiene una misión trascendental.
Nos invita a meditar sobre nuestra propia disposición para aceptar los desafíos y pruebas que Dios permite en nuestra vida, confiando en que detrás de cada dolor hay un propósito mayor.